viernes, 18 de febrero de 2011

Legislar es un arte

Cuando todavía no se han apagado los ecos de la crisis, o mejor dicho los gritos del silencio de los millones de parados que deambulan por España, vemos con alegría los que hemos sido privados de la libertad de fumar y el resto supongo que también, que los castellanos leoneses no hemos sido responsables de poner en peligro de extinción a los cachalotes y marsopas junteras. Los que tenemos algún sentimiento ecologista no podemos permitirnos poner, a los que pudieron ser la enseña de nuestra comunidad en ese trance.


Quizá me equivoque, creo que sí, pero creo que el tema fue ya estudiado, probablemente en el Tratado de Tordesillas o en algún otro corrillo político y que incluso se habló de instaurar el día de la marsopa como fiesta regional. Aunque, desgraciadamente, no debió cuajar la idea, como no salió adelante, de esta sí que debe haber prueba documental, la idea que se apuntó en un momento de nuestra historia municipal, cuando tras adquirir una góndola para el campo grande, se propuso la adquisición también de un góndolo para que la hiciera “compañía”.

Así las cosas, no es extraño que algunos temas más etéreos como son la macroeconomía o la microeconomía regionales no sean fáciles de resolver por nuestros legisladores.

No obstante, siempre que se buscan ideas, aunque sea con la mirada perdida en el horizonte, se puenden encontrar soluciones. En nuestro caso han venido de la mano de Dotothy Merkel que tras encontrarse con el personaje que quería un cerebro (espantapájaros), el que carecía de corazón (hombre de hojalata) y el que suplicaba por un poco de valor (león), nos mostró el camino de baldosas amarillas que nos conducirá, según dice, a cumplir nuestro sueño dorado. Lo malo es que la pobre Dorothy no conoce a España ni a los españoles (no se ha dado cuenta de que no está en el maravilloso mundo de Oz) y no sabe que independientemente de la bondad o maldad de sus indicaciones, éstas caerán en saco roto. Aunque claro, si alguno hubiera conocido esta historia sabría que, al final del camino no encontraremos al mago, sino a alguien que tan solo intenta huir de la realidad mientras crea a su alrededor un mundo de ilusión pueril con la única intención de mantenerse en su posición. Por lo tanto la solución propuesta parece que pasa por que ocurra el milagro.
Eso, si que parece que lo hemos comprendido bien.  Ya que, poner a la ciudadanía a los pies de los caballos cada vez que alguien habla, aunque éste sea el mismísimo y más valorado, que se cuando habla de los españoles de a pie dice que somos ineptos  para sentarnos a esperar que nos indiquen desde Bruselas o incluso más lejos que acciones debemos tomar, creo que esto es lo único que han hecho durante estos últimos tres años, es poner todos los condimentos para cocinar la pócima que ¡eureka! Realizará el milagro.

El problema surgirá cuando como en el cuento del cascabel y el gato, haya que determinar quién o quiénes se deben beber la pócima. ¿Serán los fumadores? ¿Los parados? ¿Los pensionistas? ¿Los asalariados? ¿Todos los anteriores? Casi es mejor no acertar en ninguna de estas preguntas. Lo que si podemos afirmar con rotundidad es quienes no tendrán que apretarse el cinturón a pesar de que, a estas alturas, son los únicos que cuentan con ese complemento en su fondo de armario, algunos, los más afortunados, nos ceñimos la cintura con cuerdas espartanas y el resto, no se si quiera  si podremos levantar la mano para votar pues salimos a la calle con una mano delante y otra detrás.

Así pasamos a otra cuestión también preocupante  ¿cómo se puede obrar un milagro en una España laica? Los que como yo tuvimos que acudir a la Universidad para obtener nuestro títulos no tuvimos la oportunidad de matricularnos en esa asignatura quizá la hayan incorporado en alguno de los numerosos cambios en el sistema a que nos tienen acostumbrados o figure en uno de esos masteres o cursos de postgrado, en cualquier caso, pienso que los economistas no seremos. ¿Y los seminaristas? Me temo que tampoco, éstos si que están en peligro de extinción.

Tras este breve análisis la solución, como suele ocurrir en España, se nos presenta sola. Serán los legisladores.

Sin lugar a dudas son los más indicados para obrar el milagro. Si han conseguido que nadie haya tenido que pagar por las acciones que han cometido y que nos han conducido a la situación actual, seguro que son capaces de formular los latines necesarios para realizar el conjuro. No se puede negar que legislar es un arte, ya que, aunque los egipcios consigan derrocar al gobernante que no quieren. En España y de una forma pacífica no podremos nunca, dependemos de su voluntad. Si algún político no deseado por los ciudadanos se volviera a presentar a las elecciones, podría no ganar, pero obtendría escaño con lo que alea iacta est, que pronunció César, et cum spiritu tuo que, por si acaso, digo yo.

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